Antiguamente, los hombres de la Edad Media creían que la influencia de los astros y de otros cuerpos celestiales causaba los síntomas de la gripe, por lo que llamaban influenz o flu, popularmente en inglés. Nosotros lo llamamos gripe porque adoptamos el término del ruso, que significa “ataque”. ¿Pero qué es la gripe?
La gripe es una enfermedad transmisible aguda producida por un virus que afecta a las vías respiratorias superiores. Se trata de un virus que se propaga por las microgotas que se esparcen con la tos y los estornudos de las personas afectadas. Después de las 18 o 72 horas de la primera infección, la enfermedad comienza a evidenciarse en nuestro cuerpo, y suele durar entre 5 y 6 días. Los síntomas más evidentes son la fiebre (+38ºC), el dolor de cabeza y cuello, los dolores musculares, el abatimiento y la fatiga, y de forma menos frecuente, la tos seca, los ojos llorosos, la congestión y la destilación nasal. La época en la que más casos de gripe se registran es el invierno, concretamente entre noviembre y abril.
Con la gripe no deben tomarse antibióticos
Mientras que la gripe es causada por un virus, los antibióticos atacan a las bacterias y, por tanto, no deben tomarse para erradicarla. De hecho, su uso en la gripe puede ser contraproducente. Los tratamientos habituales para los síntomas de la gripe son el paracetamol y el ácido acetilsalicílico, indicados por la fiebre y el dolor. Asimismo, es importante descansar para ayudar a la mejora de la infección.
Por otra parte, también es aconsejable vacunarse para evitar la gripe, sobre todo las personas afectadas por patologías respiratorias y cardíacas crónicas, inmunodeprimidos, y personas en contacto cotidiano con estos enfermos. La época en que debe administrarse es en otoño, siempre y cuando todavía no tengas la gripe; si no, es necesario esperar a estar totalmente recuperado.
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